El teatro madrileño honra a los grandes de la escena con motivo de su primer centenario
TITO ANTÓN
Reportaje gráfico: Enrique Cidoncha
(@enrique_cidoncha)
La excusa para la celebración era inmejorable: el primer centenario del Teatro Reina Victoria, en el corazón de la madrileña Carrera de San Jerónimo. Y las bromas en torno al paso de los años también fueron recurrentes: unos y otros tendremos que cuidarnos para llegar de buen ver al bicentenario. En clave teatrera y cómico-metafísica, puesto que mala solución tienen nuestras limitaciones existenciales, se desarrolló este martes 20 de junio la fiesta que los grandes de la escena concedieron a dos compañeros no ya enormes, sino gigantescos.
Concha Velasco y Arturo Fernández, intérpretes que llevan casi más horas sobre los escenarios que de sueño, fueron los receptores de las Butacas de Oro del Reina Victoria, el rincón capitalino donde han escrito algunas de sus más memorables páginas artísticas, que darían para un libro bien gordo. Y para ello contaron con un entregador ilustre, el ministro Íñigo Méndez de Vigo, y un anfitrión con don de gentes irrefutable, el actor y presentador televisivo Carlos Sobera. El hombre que el año pasado le echó coraje, o valor, o hasta puede que temeridad, adquirió el mítico inmueble y añadió a sus atribuciones la de empresario.
Las Butacas de Oro son un reconocimiento simbólico, pero de enorme valor sentimental para quienes han hecho del teatro su segunda casa, incluso quizás la primera. Lola Herrera, María Luisa Merlo, María José Alfonso, Luis Varela, Juan José Alonso Millán, Marisol Ayuso, José Luis Pellicena, Victoria Vera, Manuel Zarzo y Jaime Azpilicueta ya contaban con sus butacas nominales y personalizadas en la platea. Ahora tocaba cerrar el ciclo y llegar al 12, tantos como meses del año en que el Reina Victoria sopló su vela número 100. Y para completar esa nómina de seis grandes mujeres y seis grandes hombres, difícil pensar en nadie mejor que Concha Velasco y Arturo Fernández. Ambos recibieron este premio, y el abrumador aplauso del patio de butacas, echándole unas gotas de memoria y un gran torrente de humor a sus intervenciones.
Suicidio ante los Reyes
Concha Velasco recordó que los hoy Reyes eméritos y el entonces Príncipe la vieron en el Reina Victoria con una función de Buenas noches, madre. Juan Carlos I había sido alumno del padre de la actriz en la Academia General Militar de Zaragoza. Ella tenía que suicidarse con un disparo al final de la función, pero los guardaespaldas de la Familia Real le decían que no podía. “¡Al final me pegué el tiro como me dio la gana!”, concluyó Velasco entre risas.
Un ‘chatín’ feliz
Cargado de emoción estuvo el pensamiento de Arturo Fernández al encontrarse de nuevo ante un telón. “Qué maravillosa profesión. Y qué difícil a la vez. Los teatros son nuestra casa: pasamos más horas encima del escenario y en el camerino que en nuestro propio hogar”. Esa declaración de amor a la escena la acompañó con una exageración sobre su avanzada edad, poniendo de manifiesto su incombustible humor: “Me faltaron apenas unos meses para venir a la inauguración del Reina Victoria, que abrió sus puertas hace 100 años”.
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