viernes, 29 de marzo de 2013

Manuel Chapuseaux, mensaje en el día del Teatro


Teatro Gayumba

MENSAJE DEL DÍA DEL TEATRO DOMINICANO 2013
Manuel Chapuseaux


El que diga que la gente de teatro siempre está quejandose y criticando, tiene razón. Hace apenas un par de meses se cumplieron doscientos años del nacimiento de un teatrero llamado Juan Pablo Duarte, criticón como el que más. Criticaba la opresión y la tiranía, la falta de independencia y de libertad. En fin, el típico teatrero rosca izquierda.

Como durante todo este año se estará celebrando su bicentenario, creo que no hay mejor pretexto para que los artistas del teatro lo conmemoremos como mejor sabemos hacerlo: ¡criticando!

Y eso, que cualquiera diría que no hay motivos, porque si comparamos nuestro teatro de hoy con el de hace veinte o treinta años, no hay duda de que hemos avanzado: más jóvenes haciendo teatro de calidad, grandes producciones que eran impensables hasta hace poco tiempo, carrera de teatro a nivel universitario, más salas independientes, más artistas dedicados por completo a su profesión, en fin, que el crecimiento es visible y notable.

Sin embargo, yo, que como hombre de teatro soy quejoso y criticón como el que más, sostengo que ese crecimiento se ha producido no porque se haya favorecido o estimulado suficientemente desde las alturas correspondientes, sino todo lo contrario. Es la terquedad y la pasión de los artistas lo que ha producido ese relativo desarrollo.
Claro, se habría logrado más si los teatristas y teatreros hubiésemos sido capaces de organizarnos debidamente para presionar y luchar por lo que nos corresponde, cosa que no hemos podido, no hemos sabido, o no hemos querido hacer.

Pero se habría logrado muchísimo más si hubiéramos contado con una conciencia más clara por parte de las autoridades culturales del Estado acerca del valor de este arte y de su función social y cultural, es decir, humana.

¿Por qué desde el Estado? ¿Acaso no existe la empresa privada? ¿Y la propia iniciativa de los artistas?
Pues bien, hasta hace poco tiempo campeaba por sus fueros una forma de actuar y de pensar, llamada por algunos “neoliberalismo” en la que todos (artistas y no-artistas) de repente nos vimos convertidos en “emprendedores”. Se nos vendió la idea, viejísima por demás, de que la iniciativa privada era la panacea y la llave del progreso.

De pronto los artistas teníamos que volvernos gestores, administradores o empresarios. Se hablaba por todas partes de “industrias culturales” y de “aportes de la cultura al Producto Interno Bruto”. En fin, que pasamos, de medir el arte por su valor espiritual, transformador de conciencias, catalizador de emociones o creador de identidades, a medirlo según lo que produjera en pesos y centavos.

Por suerte, el mundo está despertando. Los gobiernos izquierdistas de América Latina, la llamada “primavera árabe”, los indignados de Europa, el Ocupa Wall Street, o más cerca todavía, las protestas contra la corrupción, por el 4% para la educación, contra la cementera de Los Haitises o contra la Barrick Gold, son signos de que una nueva conciencia colectiva está reemplazando a la mentira neoliberal de la “iniciativa privada”.

Como parte de ese despertar, el Estado dominicano tiene que reconocer al arte escénico (el serio, el de verdad) como un servicio público y no como un negocio particular. Eso conlleva asumir de una vez por todas su papel de auspiciador, promotor y defensor del teatro no-empresarial, el que hacen los teatreros rosca izquierda, los que se arriesgan, los que investigan y experimentan, los que suben a escena a sudar búsquedas y creatividad, no monedas.
Ya es hora de que los subsidios a grupos, proyectos y salas independientes sean la regla y no la excepción.
Que iniciativas positivas de promoción del teatro aficionado como Sembrando Teatro, Escuelas Libres o el Festival Emilio Aparicio se mantengan y se amplíen, pero que también encuentren sus similares en el ámbito del teatro profesional.

Que los intercambios con el extranjero sean permanentes y no esporádicos.
Que el Festival Nacional de Teatro deje de ser un viaje a lo desconocido que pueda ser suspendido sin ninguna explicación a semanas de su realización, dejando a los teatristas como perico en la estaca.

Y para no cansar, ya es hora de que las salas del Estado dejen de ser manejadas como si fueran privadas, sin políticas ni planes, a lo que venga.
¿Cómo es posible, por ejemplo, que sea igual y cueste lo mismo reservar una fecha para una comedia comercial o un fastuoso musical que para un serio trabajo artesanal e independiente? ¿Que tenga la misma prioridad un concierto del Buki Marco Antonio Solís o de David Bisbal que una interesante obra clásica o un creativo experimento de danza contemporánea?

¿Hasta cuándo se estarán otorgando las fechas en esas salas a las personas y no a los proyectos? ¿Cuándo terminará aquello de “tengo una fecha en la Ravelo y no la voy a usar, la quieres?”

Esa política del que llegue primero, no importa quién ni para qué, ha impedido incluso que los empresarios artísticos construyan o adapten salas para el teatro comercial, como hay en todas partes ¿Y para qué lo van a hacer, si las del Estado les salen más baratas?

Que no se me malinterprete: lo último que deseo es la desaparición de los proyectos escénicos comerciales, que son una gran fuente de trabajo para artistas y técnicos. Al contrario, que sigan floreciendo y multiplicándose, que cada vez consigan más patrocinios y paguen mejor. Todos nos beneficiamos de ello.

Pero en lo que respecta al Estado y sus recursos, ya es hora de que se empiece a privilegiar al otro teatro, el que no cuenta ni nunca contará con los auspicios de las empresas ni con las figuras que atraen al gran público, el que explora y se arriesga, el independiente y no-comercial ¡Hay que defender al chiquito, que el grande se defiende solo!

Y por favor, que no me hablen de nuestro aporte al Producto Interno Bruto ¡Lo que queremos es aportar al Producto Interno Inteligente!
Por último, me encantaría que éste fuera el año del despertar de la conciencia gremial de los profesionales de la escena. El año en que entendamos que una cosa son las tendencias partidistas, ideológicas o estéticas (que son un derecho y que debemos defender a toda costa) y otra es la lucha gremial frente a los empresarios y el Estado, lucha que nos debe unificar a todos.

¿Lo ven? Es la pura verdad: la gente de teatro siempre está criticando, siempre se está quejando. Y así tiene que ser, porque si no, dejaríamos de ser teatreros. Lo único a que aspiro es a que el año que viene nos quejemos de otras cosas, porque ya éstas estarán resueltas.

Que así sea ¡Feliz día del teatro!

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