Manuel Chapuseaux
Hace unos meses fui a la Sala Bertrán del Colegio Babque Secundaria para ver una formidable producción de «Doce hombres en pugna» (Twelve angry men), de Reginald Rose, por el grupo Naiboa, que dirigía Manuel Chapuseaux. Aparte del director, sólo conocía, y en un ambiente para-familiar, a uno de los intérpretes, Eric Grullón Reyes, a quien con sorna y cariño llamaban en su ambiente «Peluca». Él me invitó a la presentación y con cierta aprehensión, simplemente por solidaridad, me atreví a ir. No me arrepiento de haberlo hecho, ya que me sentí muy feliz aquella noche por haber podido presenciar un indudable logro teatral. Fui tras escena, los felicité a todos y en especial a Chapuseaux, quien, indudablemente, era el héroe de aquella hazaña.
La noche del viernes último, 19 de octubre de 2012, reincidí en el mismo lugar, con el mismo grupo y la misma dirección. Esperanzado, aunque temeroso de una posible desilusión, me sumé a un numeroso público en una segunda noche de presentación, la cual, según me enteré, también había llenado la sala la noche anterior. En esta ocasión se trataba de «Perros Callejeros» obra basada en «Reservoir Dogs», un filme de Quentin Tarentino. Esto, sin duda, me atemorizaba un tanto porque, aunque admiro a ese creador cinematográfico, no soy fanático de su truculenta tendencia.
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Manuel Chapuseaux |
Al principio, una voz grabada, pedía excusa por la violencia que íbamos a presenciar, y eso me alivió en cierta manera pues era obvio que había un poco de sorna en el asunto; al remarcar que los disparos eran de mentira y que sólo los que dejaran los celulares encendidos debían temer por su vida. Esa simpática manera de pedir que los apagaran me preparó positivamente para lo que iba a suceder.
Pues, sin duda, el tema era crudo y repleto de violencia no solo verbal, también adornado por cierto lenguaje que, aunque cotidiano, en el teatro resulta fuerte. Cercano al final, una escena de tortura se asomaba a límites que podían haber llegado a ser repugnante. Pero, todo aquello, más que irritante provocaba la risa, que en mí resulta algo bullicioso. El tratamiento estaba equilibrándose sobre la punta de una aguja, pero en cada momento se deslizaba hacia el humor, aunque este era negro (como a mí me gusta).
Aplaudí con entusiasmo al final, que me lo encontré rápido, y de no haber tenido el problema de mi pierna derecha enyesada hubiera ido tras la escena para felicitarlos como lo hice en aquella ocasión. A la salida me senté en una mesa mojada, luego de un fuerte aguacero que había caído durante la representación, y allí esperé la salida de Eric, a quien reconocí como «un emisario», para darle mi opinión, que sabía que todos los demás estaban esperando con cierta angustia. Fue la siguiente:
«Me gustó. La única observación que tenía se refería a la rapidez con que hablaban, lo cual dificultaba en cierta manera la comprensión del texto. Comprendí que era una ineludible manera de solucionar un demasiado largo y hasta intrascendente bla-bla-blá que hubiera prolongado la obra a límites difíciles de aceptar. Y les recomendé que, aunque debían conservar parte de aquel tempo (musicalmente hablando un «presto»), el montaje permitía unos diez minutos más si frenaban un poco. Las caracterizaciones estaban estupendas (especialmente la del que me enfrentaba) y se observaba una disciplina muchas veces ausentes en el llamado teatro profesional; el nivel general era admirablemente parejo… En los saludos uno de los actores había agradecido la presencia del público que él sabía que «eran amigos», y a pesar de la explicación, les critiqué la completa falta de publicidad, que pudiera haber traído otro tipo de audiencia. Ellos se consideran aficionados (y de acuerdo a los parámetros rígidos lo son); pero yo, con sinceridad, los contradije: había en su propuesta una «organicidad» que raramente he observado en el otro teatro (del cual formo parte). Debían entonces, sin perder la inocencia, dar apertura para que todos (incluidos los que creen que tienen la sartén por el mango) pudieran darse cuenta de la importancia de incluir cambios por el bien de la supervivencia artística».
Y esta es la verdad. Semejante trabajo es fruto del entusiasmo del grupo y, sobre todo, del trabajo científico, meticuloso e insistente de Manuel; ese hombre firme del teatro que ha madurado silenciosa y sólidamente, algo ignorado (porque no es de los que regala dinero para que hablen de él), y que tiene en su haber conocimiento, seriedad y valores humanos indiscutibles y extraños en nuestro ambiente.
Gente de Naiboa, ¡no lo dejen ir!
Actores, además de Eric: Luis Augusto Veras S., Gabriel Tineo, Quilvio Cabral Genao, Dante Castillo Ogando, Alfredo Roldán, Rafael Rincón, Alberto Álvarez y Ricardo Pérez de Frías. (todos ausentes de popularidad en el medio). Me enteré entonces de que algunos otros del grupo sustituían a estos en las noches alternas.