Trabaja en silencio, como quien entendió que el mundo necesita menos ego… y más intención.
Va de flor en flor sin dañar. Sin acaparar. Sin destruir.
Y aun siendo tan pequeña, sostiene la vida de millones con su esfuerzo discreto.
No por ser la más fuerte, sino por ser esencial.
La abeja no busca tronos No quiere ser reina, ni reina de nadie. Solo cumple su parte, en armonía con otras como ella. Y por eso, aunque casi nadie la nota… sin ella, el sistema colapsa.
Su fuerza no está en su tamaño. Está en su constancia. En su humildad. En su capacidad de dar sin ruido, y construir sin reconocimiento.
La abeja no se queja. No compite con otras flores. No presume su miel.
Solo hace lo suyo. Con orden. Con entrega. Con alma.
Y tal vez, en un mundo que grita para llamar la atención…necesitamos más de esa energía callada pero vital. Más gente que haga el bien, aunque nadie lo vea. Más personas que dejen huella, aunque no lleven firma.
Porque no se trata de brillar más… sino de polinizar el mundo con lo que somos.
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